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Dra. Maria Javiela Tejada Almonte

Desde niña, acompañaba a mi tía, una pediatra dedicada y fuente de mi inspiración, en sus visitas al hospital de niños. Fue allí donde fui testigo de las devastadoras consecuencias de la leucemia, viendo como niños perdían la batalla contra esta enfermedad. La tristeza y la impotencia que sentí me llevaron a comprometerme a hacer algo a respecto. Puesto que, sabía que en otros países, la mortalidad no era tan alta por la accesibilidad a buenos tratamientos, y eso me motivó a prepararme para marcar una diferencia.

Recuerdo como solía guardar de mi merienda para comprar regalos y llevarlos a los niños del hospital. Esa pequeña acción me llenaba de alegría  y satisfacción, pues estaba brindadoles un momento de felicidad entre tanta tristeza. Esa pasión se ha mantenido a lo largo de los años y ha sido la fuerza motriz en mi carrera como hematóloga.

Amo la morfología y el tiempo que paso al microscopío, pero nada se compara con la satisfación de ver la sonrisa de un paciente recuperado. La alegría de una familia al ver a su ser querido recobrar su vida y liberarse del peso de un diagnóstico como el cáncer.

Através de los años y con la experiencia adquirida, me doy cuenta que elegí la carrera perfecta para mí. Siento un profundo amor por cada paciente y un interes genuino por su enfermedad. Además siento un gran interés en seguir investigando y buscando nuevas soluciones. La curiosidad por resolver lo que parece imposible y el entusiasmo de ayudar a resolver casos complejos son lo que me motivan cada día.

Mi compromiso con mis pacientes y mi amor por la hematología son el núcleo de mi trabajo. Estoy aquí para luchar por cada vida, para dar esperanza donde parece que no hay, y para celebrar cada pequeña victoria junto a mis pacientes y sus familias.

Es por ello que cada día, al iniciar mi trabajo, me guío por un lema compuesto de cuatro elementos fundamentales para la recuperación de mis pacientes: Primero, Dios, quien guía y mueve todo en nuestas vidas; segundo, la familia, cuya presencia y apoyo son invaluables; tercero, la confianza en el médico que Dios ha puesto en tu camino para ayudarte y por último, pero no menos importante, la paciencia, esencial para enfrentar y superar cada etapa del tratamiento.